Bienvenida

Un lugar donde podés leer de todo... Lo que salga de mi mente.

martes, 24 de septiembre de 2019

Volviendo al futuro, escuchando al pasado

Estuve oyendo una charla que di en un espacio de la iglesia hace como un año atrás (si, me estaba escuchando a mí mismo y tratando de no mandarme a callar) sobre discipulado, la evolución del evangelio desde la perspectiva del libro de Hechos en sus 10 primeros capítulos, lo que acontecía en nuestra comunidad, y de a poco se me fueron prendiendo las alarmas. A la distancia, muchas preguntas empezaron a surgir...

Soné muy duro, áspero, desafiante... Entiendo por qué no me volvieron a dar el espacio para compartir. Pero todos los que me han dicho algo sobre esa charla adjudican todo lo expresado a Dios y su inspiración, y espero de corazón que haya sido así, porque escuchando me sentí muy golpeado por momentos.

El detonante: Si nosotros mismos no nos preparamos para una tarea tan grande como compartir las Buenas Nuevas ni animamos a los demás a hacerlo, qué sentido tiene empujar a personas a hacer algo que no están capacitadas para lograr? Pero, quién nos discipuló a nosotros en primer lugar?

Y empezaron las conjeturas...

Tememos dar el próximo paso porque no tenemos la fe de que la Palabra en plenitud se aplique en nosotros, entonces, la pregunta natural y obvia es, cómo voy a aplicarle a otros algo que yo no veo funcionando en mi vida? No lo veo porque no está pasando o porque no estoy percibiendo bien? Doy por sentado todo lo que pasa sin ver a Dios a mi alrededor? Por qué no tengo ese impulso para predicar como sí lo veo en los seguidores de Cristo en otras épocas? Estaré dormido? Distraído? Cauterizado? O sea, con una incapacidad de sentir y percibir por algún motivo particular? Y ese amor que profeso tener cada vez que canto o entro en intimidad con Dios? Dónde está?

Después me dí cuenta de que esas preguntas son sanas, aunque sus respuestas pudieran dolerme. Si no me examino ni le pido al Espíritu Santo que lo haga esto no va a llevarme a algo diferente.

Y profundizando... Me duele pensar que he perdido de vista al que bendice por seguir la bendición. Que me apasioné por lo que podía conseguir para ayudar o alimentar a mi autoestima en vez de apasionarme por quien, siendo Dios, no se tuvo a sí mismo en alta estima y vivió entre nosotros como pobre, amenazado y ninguneado por quienes decían conocer a su Padre, quien murió injustamente como ladrón y resucitó en gloria, teniendo la victoria como solo el podía hacerlo. Me molesta pensar que le pude dejar en bandeja al diablo las circunstancias de mi vida donde me pudo haber hecho daño sólo porque no tuve la conciencia de levantar las manos en vez de tenerlas en mis bolsillos mientras miraba con indiferencia los desastres a mi alrededor y abrazaba el dolor añadido en un gesto cobarde de resignación.

Y me da cosa imaginar si otros estarán pensando en lo mismo que yo hoy, después de oír ese audio. Mi esperanza de que así sea choca con mi visión esmirriada, sesgada, de lo que Dios puede hacer en los corazones de sus hijos.

Pero, sobre todo, me preocupa que esa "invitación" de aquella noche (que hoy parece un palo a la nuca para mi), hoy no la vea manifiesta en mi vida. Y pido exactamente lo mismo ahora que en esa charla... Perdón. Ayuda.

Gracias por tu tiempo.