Bienvenida

Un lugar donde podés leer de todo... Lo que salga de mi mente.

lunes, 31 de agosto de 2020

"La Máquina del Error" (desde la esposa de Job hasta hoy).

"...sin embargo, extiende ahora Tu mano y toca su hueso y su carne, verás si no te maldice en Tu misma cara». Y el Señor dijo a Satanás: «Él está en tu mano; pero respeta su vida». Entonces Satanás salió de la presencia del Señor, e hirió a Job con llagas malignas desde la planta del pie hasta la coronilla. Y Job tomó un pedazo de teja para rascarse mientras estaba sentado entre las cenizas. Entonces su mujer le dijo: «¿Aún conservas tu integridad? Maldice a Dios y muérete». Pero él le dijo: «Hablas como habla cualquier mujer necia. ¿Aceptaremos el bien de Dios pero no aceptaremos el mal?». En todo esto Job no pecó con sus labios." Job 2:5‭-‬10.

Hablando con Ale sobre mi proceso de vida recordaba a la esposa de Job y me vino a la mente este pensamiento. El momento era particularmente complicado y de mucho dolor. La mujer habló desde su frustración (en mi opinión). Había perdido sus ganancias, sus criados, sus hijos... Para poder terminar su etapa de pérdidas y comenzar la del duelo, para no tener más malas noticias y por el dolor acumulado es que se entiende la reacción. Estaba gritando "¡Ya no quiero ni puedo sufrir más, necesito que esto se termine!". 

¿A quién no le pasó sentirse así alguna vez? ¿De decir algo hiriente en una situación de angustia? ¿De traer la actitud de nube negra en medio de una situación ya complicada por sí misma? Claros signos de impotencia y frustración que explotan en el momento menos indicado pero nos dan información muy interesante sobre quién se está expresando.

Este es el dolor externo a Job, lo que se dice "daño colateral". Es una pincelada del viaje personal de la esposa de Job en medio de la prueba de su marido, y aunque este pasaje no nos da para armar su perfil ni para catalogarla, sí nos puede dar a entender que cuando Dios permite algo en la vida de una persona, ese proceso también está afectando y removiéndole cosas internas a quienes tiene a su alrededor.

Esto me deja pensando en los creyentes que no se asocian con, o que se alejan de, personas que están en malos momentos, no quieren el daño colateral que supone "estar ahí". Muestran su impotencia y el estado de su propio viaje al no poder acompañar a otros. Ojo, están mostrando lo que "ellos" no pueden hacer y no lo que Dios podría hacer a través de ellos si se dejaran.

No digo que esté mal elegir las batallas, pero no creo que esté bien escaparle a todas. Pienso en "soportaos" (apóyense) unos a otros, oren unos por otros, alégrense unos por otros, anímense unos a otros... Y hay mucho más que se puede hacer. Me hace pensar en salir de la comodidad de mi burbuja, y me inspira compasión por las personas que aún no han entendido el beneficio de hacer "los unos a los otros". Estas cosas no se logran en nuestras capacidades. Deberíamos entender que quien nos da lo que necesitamos para lograr esto es el Espíritu de Dios, son sus fuerzas y su guía. Me parece que estamos queriendo abarcar más de lo que podemos en nuestras fuerzas y depender menos de Dios, quién puede llenar todo. 

Esa inclinación de abarcar cosas en nuestras fuerzas es parte de un juego maquiavélico, una trampa diabólica muy bien diseñada para desgastarnos y nunca llegar al verdadero punto, donde la conclusión es que solo dependiendo de Dios y su poder es que vamos a tener la capacidad de vivir. Lo raro es que no nos damos cuenta del engaño hasta que hemos sufrido lo suficiente como para entender que es imposible esforzarse y cumplir las Escrituras. Algunos nunca logran salir de esa encrucijada y repiten el ciclo una y otra vez...

Es que este engaño está muy bien confeccionado, es una máquina bien aceitada, ha funcionado desde que se echó a andar y ha sido perfeccionada con el tiempo. Y es autosustentable en la medida en que las personas lo incorporen a sus vidas y basen su accionar cada vez más en ese mecanismo. Así de bien lo tiene armado el diablo. Así de bien conoce al ser humano. Así de bien lo ha hecho funcionar desde el principio. Y así de desapercibido ha pasado por generaciones.

Por eso es importante descubrir la mecánica del engaño. Conocer los detalles de su funcionamiento. Entender el engranaje de cada pieza que hace que "la máquina del error" se eche a andar, haga siempre el mismo proceso y dé siempre el mismo resultado. Desentrañando este misterio empezaría a abrirse un nuevo camino a la transformación. Habría otra opción, una que no implique el proceso y producto que nos deje, una vez más, agotados y confundidos. Una que, en vez de hacernos daño, desentierre nuestro interior (cubierto curiosamente por el producto de la máquina) y nos invite a participar en la sanidad, a participar en el quiebre del patrón automático establecido por el uso y abuso de "la máquina del error" en nuestro viaje y, en fin, en la resultante liberación del pecado por la acción del Espíritu Santo. Porque esto (lo repito una vez más) no se logra descifrar en nuestro entendimiento. Necesitamos de la intervención de Dios para llegar tan profundo y no desmayar en el camino.

"Si quieren sabiduría, pídale a Dios que la da libremente y sin reproche" (paráfrasis de Santiago). Y esta es la idea que me llega. 

Para desarmar esa máquina no solo necesitamos el discernimiento espiritual para descubrir que ésta siempre ha funcionado en nuestro interior sino que también necesitamos sabiduría de Dios para entrarle al asunto, valor para seguir cuando la cosa se ponga difícil, fe cuando no se vea mejoría, gozo en medio de lo complicado que es manipular cables y hacer cortocircuitos involuntarios cada tanto, mansedumbre en esas situaciones, templanza para persistir, benignidad para darnos descansos en medio de la tarea, amor para retomarla, bondad para no apurar los tiempos, paciencia en todo el proceso y paz, sabiendo de que Dios conoce la magnitud de la tarea que estaremos realizando.

Cada cual tiene en su máquina un engranaje distinto. La alimentarán ciertas sensaciones, estímulos o emociones. Se encenderá en situaciones quizás diferentes a las de otras personas. Tendrá su propia cadena de trabajo. Procesará lento o rápido, dependiendo de la circunstancia, pero nunca dejará las cosas por la mitad. Producirá según la materia prima que le den. Consumirá diferentes recursos y agotará los que no se renueven, sin romperse ni inmutarse. Porque "la máquina del error" tiene eso, la única forma de desarticularla y dejarla inoperante es confiando en Dios, buscando ayuda (revisando el manual de desguace y consultando con otros usuarios), poniéndose los guantes y comenzando a escarbar.

¿Qué pensás al respecto?

viernes, 28 de agosto de 2020

Cuento: Corazón y Mente, ¿Historia de siempre?

El Corazón quiso armar las valijas un día "porque sí". Al menos eso entendió la Mente, una parte muy racional y que no comprende lo que la emoción representa para el Corazón, por tanto, no captó ninguna indirecta ni los amagues que se sucedieron a lo largo de la relación. 

Resulta que, finalmente, el Corazón se cansó de la frialdad y la actitud esquiva de la Mente y decidió que ya no iba más la cosa. 

O al menos esos puntos de vista estaba interpretando (y se rumoreaba en) la comarca de Los Órganos del Dueño. Así empieza la historia...

"Si no hay ni un punto en común entre nosotros, ¿Para qué seguir intentando trabajar en grupo?" le confió el Corazón al Estómago mientras compartían sensaciones de una fiesta nocturna muy agitada y revuelta en muchos sentidos para el Dueño.

En esa charla se dijo de todo, quizás por la influencia de lo que el Dueño había ingerido. La cosa es que se sacaron trapitos al sol y hubo una sinceridad hasta incómoda entre el Corazón y el Estómago. Es que el Estómago tiene la cualidad de ser un poco sensible, pero trabaja también con datos concretos, y parecía proveer una suerte de punto intermedio, cosa que abrió la perspectiva para la conversación de esa madrugada. Además, el Estómago recibe la información que le dan y a veces la devuelve con su estilo personal de respuesta (ácido), cosa que le agrada mucho al Corazón.

El resultado de esa noche de excesos por parte del Dueño había dado pie a algo nuevo. Lo que no eran nuevos, eran los altercados entre la Mente y el Corazón, no... Esos se dieron desde muy temprano ya en la vida de aquel. Momentos de tensión que hacían que éste dudara y tuviera que elegir el consejo de uno sobre otro, generando que la competencia y el reconocimiento fueran el combustible y el incentivo para esos altercados. Pero, como decía, esa madrugada el Corazón comprendió algo nuevo.

Esta vez, la intuición, la información y el emocionalismo del Estómago hicieron las preguntas correctas. Por primera vez, el Corazón estaba lo suficientemente sensible, vulnerable y abierto como para hablar sin tapujos. En cierto momento de la charla, el Estómago volvió a formular la más básica de las preguntas, pero con un ligero cambio. 

E- "Y al final, ¿Vos, cómo estás?"
C- "Me siento bien, supongo..."
E- "No te pregunté ¿Cómo te sentís? sino ¿Cómo estás? porque quiero saber cómo y en qué situación estás."
C- (piensa)... Creo que no estoy. Ni bien, ni mal, simplemente a veces creo que no estoy.

Esa fue la revelación más cuerda de la vida, en medio de una de las noches más inestables de la historia del Dueño.

Allí mismo algo comenzó a inquietarlo. Y luego a llevarlo a atar cabos. El Corazón descubrió que se sentía cansado. No es que se cansó de la lucha por ganar el favor de su Dueño, ni se cansó de la discusión habitual con la Mente. El Corazón se dió cuenta de que esta dinámica (que tanto le atraía y que conocía de toda su vida) ya lo estaba debilitando y haciendo descuidarse a sí mismo. También, que si eso seguía así, el Dueño iba a salir perjudicado y por ende, la Mente también perdería en este juego (y es que al corazón le gustaba mucho el juego, aunque no entendiera a la Mente y su perspectiva tan fría). 

Pero después de esa revelación, ya no había lugar para más descuidos. Había que atender la emergencia inminente. El Corazón parecía tomar sus decisiones como si fuera la Mente, y esta vez la situación parecía ameritarlo. Con más ímpetu y emoción que inteligencia o razonamiento, el Corazón entró en su sala y se dispuso a empacar sus cosas. No sabía qué tan largo iba a ser el viaje, pero tenía por seguro que había muchas cosas que necesitaba llevar en esa valija.

La noticia se extendió rápidamente y generó diversas reacciones en la comarca de Los Órganos del Dueño.

El Corazón silbaba de emoción mientras elegía lo que iba a empacar. De repente, tocan la puerta de la sala. Era el Miedo, avisándole que afuera había mucha incertidumbre, que lo piense por su bien (y por el de los demás, aclaró) y mejor abandonara la idea de salir. El Corazón agradeció la visita y le cerró la puerta en la cara.

Al rato, tocan la puerta de nuevo. Era el Dolor, para decirle que se le iba a hacer muy difícil su vida sin alguien que lo ayude a procesar. El Corazón le cerró la puerta en medio discurso y el Dolor le gritó por la ventana "¡Ya vas a volver, yo sé que te gusta mi compañía!".

Cuando parecía que ya nadie más iba a molestar la labor del Corazón, tocan nuevamente la puerta. Esta vez era la Mente. Vino muy tranquila, pareciera que en plan más como espectadora que otra cosa. Le preguntó si necesitaba ayuda en algo. "No, no... Voy bien" le dijo el Corazón apenas mirándolo, afanado y poniendo toda su concentración en lograr cerrar la valija. "¿Puedo hacerte una pregunta?" dijo la Mente, "Es que me intriga algo". "¡Dale, preguntá nomás!" dijo el Corazón, contento de que el cierre cediera ante la cantidad de cosas atrapadas en la bolsa.

"¿Qué necesitas de mí para que puedas hacer tu viaje sin abandonarme? ¿Cómo puedo ayudarte para que estés mejor pero sin irte?". 

El Corazón quedó desencajado. Nunca le habían hecho esa pregunta, ni había visto a la Mente tan abierta. Este camino nuevo se abría cada vez más a otras posibilidades, y esto recién empezaba. "Es que sin vos, esto no va a ser lo mismo." Continuó la Mente. "Tu viaje está inspirándome a hacer uno similar. Y no quisiera pensar que van a faltar las dos voces que le traen balance al Dueño".

El Corazón lentamente fue incorporándose al oír a la Mente. El deseo y la necesidad emocional de tomar el nuevo rumbo lo hacía mirar a la valija, pero la sensatez y transparencia en el planteo de la Mente lo dejaban en una encrucijada. La Mente se había dado cuenta de que ambos estaban ahí para caminar con el Dueño y ayudarle a procesar. Esto la motivó luego a humillarse y dejar de pensar que "se las sabía todas" para ir a visitar y apelar a la razón de un Corazón que decía necesitar un espacio nuevo donde desarrollarse. 

Ese acto de humildad generó en el Corazón un sentimiento de compasión que hacía rato no le llegaba. Sintió que debía replantearse las cosas y, como pocas veces, sintió la esperanza de tener a la Mente como compañera en ese nuevo proceso. Sin dudas, el Dueño iba a salir beneficiado y eso siempre ha sido el propósito de vivir para todos en la comarca de Los Órganos.

"No sé por qué, una corazonada quizás... pero me convenciste" dijo el Corazón en un acto más emocional que racional. La Mente sonrió y le respondió "Veámonos mañana para hablar un poco de nuestra transformación, va a ser interesante compartir nuestras opiniones". A lo que el Corazón, en pleno desarme de la valija le replicó "¡Y sensaciones, Mente! ¿Nos vemos acá o en tu sala?". La Mente, conociendo al Dueño, le propuso que el Estómago sea el mediador y quien ponga la casa. "Al final, él pone la comida" y "cuando alguien no hace caso a las indicaciones de su mente o a las de su corazón, un buen retorcijón siempre llama la atención" dijo. Ambos soltaron una larga carcajada.

lunes, 10 de agosto de 2020

Ícaro, el polizón (un cuento corto porque sí)

Ícaro fue, desde su infancia, una persona muy escurridiza. En su barrio (y en muchos otros barrios) rápidamente se hacía famoso por sus desapariciones y escapes a plena luz del día sin importar la situación en que se hallara. Su familia, una vez caída en cuenta de la fuga y desesperada, lo buscaba trazando el rumbo y descontando los pasos desde la seguridad de su presencia hasta el susto del vacío. Esta operación se repetía de vez en cuando en distintos escenarios, lo que hacía la búsqueda muy agotadora cada vez. Lo importante al fin era que cada vez que se perdía, se lo encontraba. Y normalmente, de la mano de alguna buena persona que también había resuelto firmemente devolverlo a su preocupada familia.

Nunca se supo muy bien cómo y por qué Ícaro escapaba. No había explicaciones, pero, ¿Qué palabras podrían salir de un niño que estaba dando sus primeros pasos en la vida? ¿Cómo entender las maquinaciones de un infante que no logra pronunciar bien siquiera su nombre?

En fin, la vida lo hizo muy aventurero pero también fuertemente consciente de que afuera el peligro era real. Le enseñó que valía la pena medir bien la relación costo-beneficio de cada una de sus acciones. A camuflarse y guardar para sí sus sensaciones con tal de salir impoluto de toda tempestad posible. Aprendió que encajar en la sociedad requiere esconder y exagerar rasgos y conductas propias. Para eso tuvo que aprender a reprimir algunas características que lo hacían único, o al menos, resaltar en disonancia entre la gente. Lentamente se fue perfeccionando en las artes de pasar desapercibido y en las de resaltar, usando una u otra según fuera la ocasión a su entender. La misión era amoldarse para no llamar la atención de mala manera.

Por eso, cuando el gran barco de pasajeros "Poseidón" llegó a las costas de su pueblo, el plan llegó a su mente. Cansado quizás de su vida, del pueblo, de la rutina, o fruto del pensamiento adrenalínico de un nuevo escape, se propuso subir a ese barco a como dé lugar, eso sí, sin tener el dinero para el pasaje. Nunca había tenido plata, y nunca fallaba a la hora de desaparecer. "Además" pensaba, "ya estoy solo en el mundo, nadie vendrá a buscarme".

Era sábado y los turistas habían salido en grupos a conocer la ciudad, mientras tanto, a la nave se le estaba realizando el mantenimiento típico de cada parada. "Poseidón" era un barco de amplia capacidad y muy pintoresco. El ancla, sumergida, poseía una cadena generosa. Ícaro ya tenía un plan. Sin más que su tozudez y sus habilidades de escape, llegada la tarde y al volver los turistas al barco, nuestro protagonista se lanzó al agua. No muy ducho para bracear, rápidamente desistió. "Debe haber otra manera" se decía mientras daba con la orilla del mar. Esa noche se la pasó pensando en el cómo llegar a cubierta. Resolvió mezclarse en algún momento entre los visitantes y así escabullirse de alguna forma. Al menos esa idea le trajo descanso a la mente y así pudo dormir.

Al día siguiente, vestido con clásicas ropas del turista veraniego (al menos intentó mimetizarse según su escaso guardarropas), comenzó siguiendo de cerca a un grupo de visitantes que salió a almorzar algún platillo típico, sentado en alguna mesa a corta distancia. Luego los siguió hasta una atracción, un parque y para cuándo el grupo había salido del museo el era uno más de la aglomeración foránea. Sigilosamente y evitando exitosamente transacciones de dinero que otros turistas normalmente aceptarían, llegó a la tarde y se aproximó a la escalera que llevaba a la embarcación. Ya puesto en fila, se dispuso a subir peldaños hasta que llegando a unos escasos metros escucha que el personal de registro está identificando a cada pasajero. 

Los nervios se comienzan a apoderar de Ícaro, quien no tiene un brazalete ni una identificación a mano. Su cerebro da vueltas en una velocidad cada vez mayor según la fila lo va empujando a subir escalones. Finalmente, llegando ya al puesto de registro, inesperadamente un anciano frente a él cae, se desparrama. Producto del oportunismo o de quién sabe qué, Ícaro grita "¡Abuelo!" Mientras la gente comienza a aglomerarse en torno al señor mayor y a un Ícaro que, usando el subidón de adrenalina junto a sus dotes de resaltar, le comienza a hacer masajes cardiovasculares y a gritar eufórico. La confusión surte efecto, en cuanto ve llegar el equipo médico del crucero, nuestro protagonista lentamente se va haciendo a un costado y, como en los viejos tiempos, desaparece en el tumulto.

A quien fuera que se cruzará en su camino al interior del barco, le gritaba vehemente "¡Un turista se murió en la entrada!", con esto y su gesto desencajado lograba atravesar cada parte del interior del barco. Una vez dentro, empezó a sentir que otra faceta era requerida para el siguiente paso. Necesitaba pensar en cómo sobrevivir hasta al menos llegar al próximo puerto. Viendo los carteles de información ubicó la sala de máquinas y se dirigió hacia allí. Oyendo ruidos propios de la interacción entre metales aceitados, nuestro protagonista esperó pacientemente. "En algún momento tiene que haber cambio de turno, y tiene que ser antes de que me agarren" pensaba. Ya el sosiego estaba retornando a la embarcación luego de que se constatara que el anciano tuvo una baja de presión importante y la misma fuera compensada. Eso era lo que presionaba más a Ícaro, la vuelta a la normalidad de las actividades podía significar que lo atraparan, y eso no iba a ser bueno para el.

Finalmente, llegó la hora del cambio de turno momentos después del incidente. Un mecánico francés, que apenas podía hablar inglés se acercó a la puerta de la sala, donde a la derecha estaba el aparato para marcar tarjeta. Ícaro, escondido en el baño del pasillo, miraba por el filo de la puerta. Apenas los mecánicos salieron y el francés se disponía a marcar tarjeta, nuestro protagonista salió como despedido hacia la puerta. El francés ni lo vió pensando que alguno de sus compañeros salientes había vuelto por algo o quizás que su asistente era quien había entrado. Apenas se metió, vió un pasillo que daba a un lugar oscuro. Sin dudar, se dirigió a ciegas por el mismo hasta llegar finalmente a dos puertas, una a cada lado del pasillo. Eligió la izquierda, porque según él todos abren la derecha primero y eso le daba algo de tiempo para pensar en algo que hacer.

Hacía calor, el barco estaba encendiendo motores y se podía percibir el ancla levar. Esa noche se partía del pueblo y para Ícaro, empezaba otra aventura... Si lograba pasar desapercibido al menos por las próximas horas. Se forjaba la historia de un polizón, quién hizo lo posible por salir de su realidad utilizando lo que la experiencia le enseñó y sus dotes innatos para escapar. Logrando su plan del día, solo restaba hacer lo que había aprendido a hacer toda la vida. Sobrevivir, adecuarse, escabullirse. Hasta que lo atrapen o hasta el próximo puerto. Veremos.