Ícaro fue, desde su infancia, una persona muy escurridiza. En su barrio (y en muchos otros barrios) rápidamente se hacía famoso por sus desapariciones y escapes a plena luz del día sin importar la situación en que se hallara. Su familia, una vez caída en cuenta de la fuga y desesperada, lo buscaba trazando el rumbo y descontando los pasos desde la seguridad de su presencia hasta el susto del vacío. Esta operación se repetía de vez en cuando en distintos escenarios, lo que hacía la búsqueda muy agotadora cada vez. Lo importante al fin era que cada vez que se perdía, se lo encontraba. Y normalmente, de la mano de alguna buena persona que también había resuelto firmemente devolverlo a su preocupada familia.
Nunca se supo muy bien cómo y por qué Ícaro escapaba. No había explicaciones, pero, ¿Qué palabras podrían salir de un niño que estaba dando sus primeros pasos en la vida? ¿Cómo entender las maquinaciones de un infante que no logra pronunciar bien siquiera su nombre?
En fin, la vida lo hizo muy aventurero pero también fuertemente consciente de que afuera el peligro era real. Le enseñó que valía la pena medir bien la relación costo-beneficio de cada una de sus acciones. A camuflarse y guardar para sí sus sensaciones con tal de salir impoluto de toda tempestad posible. Aprendió que encajar en la sociedad requiere esconder y exagerar rasgos y conductas propias. Para eso tuvo que aprender a reprimir algunas características que lo hacían único, o al menos, resaltar en disonancia entre la gente. Lentamente se fue perfeccionando en las artes de pasar desapercibido y en las de resaltar, usando una u otra según fuera la ocasión a su entender. La misión era amoldarse para no llamar la atención de mala manera.
Por eso, cuando el gran barco de pasajeros "Poseidón" llegó a las costas de su pueblo, el plan llegó a su mente. Cansado quizás de su vida, del pueblo, de la rutina, o fruto del pensamiento adrenalínico de un nuevo escape, se propuso subir a ese barco a como dé lugar, eso sí, sin tener el dinero para el pasaje. Nunca había tenido plata, y nunca fallaba a la hora de desaparecer. "Además" pensaba, "ya estoy solo en el mundo, nadie vendrá a buscarme".
Era sábado y los turistas habían salido en grupos a conocer la ciudad, mientras tanto, a la nave se le estaba realizando el mantenimiento típico de cada parada. "Poseidón" era un barco de amplia capacidad y muy pintoresco. El ancla, sumergida, poseía una cadena generosa. Ícaro ya tenía un plan. Sin más que su tozudez y sus habilidades de escape, llegada la tarde y al volver los turistas al barco, nuestro protagonista se lanzó al agua. No muy ducho para bracear, rápidamente desistió. "Debe haber otra manera" se decía mientras daba con la orilla del mar. Esa noche se la pasó pensando en el cómo llegar a cubierta. Resolvió mezclarse en algún momento entre los visitantes y así escabullirse de alguna forma. Al menos esa idea le trajo descanso a la mente y así pudo dormir.
Al día siguiente, vestido con clásicas ropas del turista veraniego (al menos intentó mimetizarse según su escaso guardarropas), comenzó siguiendo de cerca a un grupo de visitantes que salió a almorzar algún platillo típico, sentado en alguna mesa a corta distancia. Luego los siguió hasta una atracción, un parque y para cuándo el grupo había salido del museo el era uno más de la aglomeración foránea. Sigilosamente y evitando exitosamente transacciones de dinero que otros turistas normalmente aceptarían, llegó a la tarde y se aproximó a la escalera que llevaba a la embarcación. Ya puesto en fila, se dispuso a subir peldaños hasta que llegando a unos escasos metros escucha que el personal de registro está identificando a cada pasajero.
Los nervios se comienzan a apoderar de Ícaro, quien no tiene un brazalete ni una identificación a mano. Su cerebro da vueltas en una velocidad cada vez mayor según la fila lo va empujando a subir escalones. Finalmente, llegando ya al puesto de registro, inesperadamente un anciano frente a él cae, se desparrama. Producto del oportunismo o de quién sabe qué, Ícaro grita "¡Abuelo!" Mientras la gente comienza a aglomerarse en torno al señor mayor y a un Ícaro que, usando el subidón de adrenalina junto a sus dotes de resaltar, le comienza a hacer masajes cardiovasculares y a gritar eufórico. La confusión surte efecto, en cuanto ve llegar el equipo médico del crucero, nuestro protagonista lentamente se va haciendo a un costado y, como en los viejos tiempos, desaparece en el tumulto.
A quien fuera que se cruzará en su camino al interior del barco, le gritaba vehemente "¡Un turista se murió en la entrada!", con esto y su gesto desencajado lograba atravesar cada parte del interior del barco. Una vez dentro, empezó a sentir que otra faceta era requerida para el siguiente paso. Necesitaba pensar en cómo sobrevivir hasta al menos llegar al próximo puerto. Viendo los carteles de información ubicó la sala de máquinas y se dirigió hacia allí. Oyendo ruidos propios de la interacción entre metales aceitados, nuestro protagonista esperó pacientemente. "En algún momento tiene que haber cambio de turno, y tiene que ser antes de que me agarren" pensaba. Ya el sosiego estaba retornando a la embarcación luego de que se constatara que el anciano tuvo una baja de presión importante y la misma fuera compensada. Eso era lo que presionaba más a Ícaro, la vuelta a la normalidad de las actividades podía significar que lo atraparan, y eso no iba a ser bueno para el.
Finalmente, llegó la hora del cambio de turno momentos después del incidente. Un mecánico francés, que apenas podía hablar inglés se acercó a la puerta de la sala, donde a la derecha estaba el aparato para marcar tarjeta. Ícaro, escondido en el baño del pasillo, miraba por el filo de la puerta. Apenas los mecánicos salieron y el francés se disponía a marcar tarjeta, nuestro protagonista salió como despedido hacia la puerta. El francés ni lo vió pensando que alguno de sus compañeros salientes había vuelto por algo o quizás que su asistente era quien había entrado. Apenas se metió, vió un pasillo que daba a un lugar oscuro. Sin dudar, se dirigió a ciegas por el mismo hasta llegar finalmente a dos puertas, una a cada lado del pasillo. Eligió la izquierda, porque según él todos abren la derecha primero y eso le daba algo de tiempo para pensar en algo que hacer.
Hacía calor, el barco estaba encendiendo motores y se podía percibir el ancla levar. Esa noche se partía del pueblo y para Ícaro, empezaba otra aventura... Si lograba pasar desapercibido al menos por las próximas horas. Se forjaba la historia de un polizón, quién hizo lo posible por salir de su realidad utilizando lo que la experiencia le enseñó y sus dotes innatos para escapar. Logrando su plan del día, solo restaba hacer lo que había aprendido a hacer toda la vida. Sobrevivir, adecuarse, escabullirse. Hasta que lo atrapen o hasta el próximo puerto. Veremos.